No solemos considerar a la vida algo muy justo. Tiene tantas cosas que podrían salir mal que inevitablemente muchas van a salir mal.
Había comprado el periódico cuando nunca lo había comprado y me encontraba en el parque leyéndoselo a la pequeña Maya, aunque aún no podía escuchar. Aún era sorda y ciega porque solo tenía días de vida. En el futuro sería igualmente sorda y ciega, pero la querría más que a ningún otro perro sobre la faz de la tierra.
Fue la culpable de que nunca más pudiera ejercer la veterinaria. También la que vería mi libertad condicional desde cerca y la que notaría cómo me insultaban por la calle por maltrato animal reiterado. Era la que me acompañaría cada vez que llorara porque me sería imposible ahorrar nada pagando una multa imposible para alguien de a pie. Tenía algo así como tres vidas hipotecadas, pero aún así, con todo el peso de los delitos de otros sobre mis espaldas, nunca me arrepentiría de haber cerrado esa nave infernal, esa fábrica para cachorros.
No era el mejor final feliz para mí ni para muchos, pero sin lugar a dudas era el mejor final para todos aquellos bastardos de cuatro o tres patas.
Las protectoras de animales pronto encontrarían un buen hogar para la mayoría de ellos aunque sus cicatrices físicas y emocionales fueran tan profundas como el resto de sus vidas.
Mi foto salía en el periódico y curiosamente no salía del todo mal. En ese momento todavía no sabía cómo iba a cambiar mi vida tanto a mejor como a peor. Me describían como un ser sin alma.
Seguramente tenían razón.
Ya no podía quedarme mucha.
También describían con todo lujo de detalles con muchos adjetivos subjetivos cómo me habían detenido en el último momento a punto de sacrificar inhumanamente unos cuantos perros que podían ser curados y tener una oportunidad en algún hogar en el que serían valorados como merecían.
Era una imagen sobre mí abrumadora… Y bastante cierta, en realidad.
Sí, me había plantado en contra de ese modelo de negocio, pero mi implicación en él había durado años. Era yo el que había cedido una y otra vez a hacer daño a los perros. En realidad el inversor nunca tocó un perro.
Sí, yo era el arma que usaban contra los perros, pero era el arma que no se desafilaba nunca. Para cuando retiré mi filo ya era demasiado tarde.
Yo iba a hacer historia de una forma equivocada, pero si era por el bienestar de los perros, me valía.
—Hola colega. ¿Qué tal Maya?
Rafael se sentó a mi lado. Él había pagado mi fianza para salir de comisaría y llevaba a su perro a su lado. Estaba un poco cojo por problemas articulares pero vivía bien.
—Está muy bonita —dije acariciando a su mestizo—. Pronto abrirá los ojos.
Me abrí un poco la americana y Rafael pudo ver la adorable carita de Maya. La acaricié y volví a cerrarla para que no pasara frío. Los cachorritos tan pequeños necesitaban calor porque ellos no podían regular su temperatura.
—En menudo marrón te has metido —dijo con tristeza. Sin embargo no podía dejar de sonreír, aunque me encontrara en paro.
Era cierto. Tenía serios problemas. Según todos yo era el jefe de todo el tráfico de cachorros del país. Era el problema de no poder contratar un buen abogado.
—¿Qué hará ahora ese cabrón? —gruñó.
Yo miré a los viandantes del parque con sus perros de todo tipo. Había estado tanto tiempo en esa nave que había olvidado lo bichos que podían llegar a ser estos animales.
Me encogí de hombros:
—Lo intentará otra vez, buscará otro pringado que le firme los papeles sin mirar y le destrozará la vida a demasiada gente y a demasiados perros.
—¿No te preocupa que lo vuelva a hacer?
—Si no es él será otro —miré a mi amigo con una sonrisa brillante—. Lo que tenemos que hacer es luchar contra el problema de otra forma, difundir cómo son las fábricas de cachorros y cambiar la demanda. Informar. Luchar desde antes del principio. Enseñar que esto existe y que es fácil de evitar.
—Pero aún así… Yo no te hice caso —dijo, sintiéndose culpable.
Puse mi mano sobre su hombro:
—Lo sé, pero debemos intentarlo. Por ellos.
Noté cómo Maya suspiraba sobre mi regazo y volví a acariciarle el morrito.
No sería la última… Pero lucharíamos para que fuera de las últimas.